Un buen amigo me decía: “…Cuando era un joven preadolescente, deambulaba por las calles de mi barrio acompañado de mis amigos, haciendo las mil y una travesuras. Un día nos dio por ejecutar nuestro primer atraco; robar unas cuantas manzanas al tendero de la esquina. Los primeros fueron rápidos, y a mí que me temblaban las piernas, sea por los nervios o por iniciales contradicciones etico-morales, me tocó el último. Calculé distancia, velocidad, y esperé el momento oportuno. Me decidí, y salí corriendo de forma inusitada; comencé a atravesar la calle y…lo no esperado, una bicicleta con su correspondiente ciclista me cayeron encima. Cuando reaccioné tenía gente alrededor, las gafas por el suelo, ¡Hay mi madre, si se han roto! Las recogí rápidamente, dije que no me había hecho nada y me fui como pude.
La moraleja es sencilla: si por robar una manzana me atropelló una bicicleta, si robara algo mas importante, ¡que me pasaría! Y desde ese momento ingresé en el selecto club de los honrados por convicción…”
A mi se me ocurrió después de escucharlo, que cuantos disgustos, y dinero, nos habríamos ahorrado si a mas de uno lo hubiera atropellado la bicicleta…Sin daños colaterales, claro.
A mi se me ocurrió después de escucharlo, que cuantos disgustos, y dinero, nos habríamos ahorrado si a mas de uno lo hubiera atropellado la bicicleta…Sin daños colaterales, claro.
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